Tuesday 1 June 2010

Guatemala la Bella, de regreso en casa.


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Llevo ya cuatro días de haber regresado a Guatemala, mi país, mi hogar. Estuve un semestre, sí sólo un semestre viviendo en Estados Unidos y podría escribir muchas cosas sobre la experiencia de haber vivido lejos, en otro clima, otro idioma, nuevos amigos, en el país más rico del mundo. Pero, hoy quiero escribir sobre los contrastes, lo que he pensado ahora que volví y lo que pensé allá en algunas ocasiones.

¿Te gustaría vivir en Estados Unidos? ¿Te quedarás a buscar trabajo? Esta pregunta me la hizo mucha gente, pues no sabían que yo iba sólo como estudiante de intercambio. Cuando pienso en la idea de vivir en el país de “las barras y las estrellas” como lo llama el también chapín Ricardo Arjona pienso, sí bueno podría llevar una buena vida, confortable, sin penas ni problemas. Podría casarme, tener hijos y tener una perfecta vida feliz, bendecida, alegre. Pero, luego me asusto y digo: ¡No! ¡No puedo vivir allí! Amo Guatemala, y mi sueño es luchar por hacer de este país un lugar mejor para vivir para más y más personas. Claro, ese es uno de mis sueños, pero está entre los principales y no podría abandonarlo. Desde que llegué a Guatemala; con excepción de la majestuosa vista con los volcanes y montañas que se veían de un color verde musgo, las nubes rosadas por el amanecer y un arcoíris que daba el toque perfecto al paisaje que parecía pintura; la realidad me ha caído de frente, la respiro y me digo, ¡gracias Dios porque estoy de vuelta!

Al salir del aeropuerto todo marcha bien, el aeropuerto es limpio y ordenado, y aunque desde el principio mi hermana me dijo, no dejes las maletas ahí (sin mi vigilancia), aún la realidad no había entrado del todo. La realidad la vi cuando en camino a casa pasamos por las calles sucias, las casas despintadas, los rótulos escritos con pintura que se cae, los baches profundos, y eso no fue nada. La realidad ahora sólo la he visto por televisión: Miles de guatemaltecos, pobres, porque siempre o casi siempre son los pobres, huyendo, llorando, muriendo ante la catástrofe de la tormenta con un curioso nombre no muy común de escuchar en mi país. Yo lo más que sufrí fue no poder pasar por una calle pues había un derrumbe. ¡Vaya! ¡Qué inconveniente no poder pasar!

Llego a la Universidad, todo sigue igual, las mismas personas, las mismas conversaciones: los chupes, Financiera, los buenos catedráticos, los catedráticos que mejor ni se les recuerda de los mal que fueron, el mundial, hablar de los nuevos uniformes de ciertos equipos europeos, el iPad, el nuevo restaurante en la U y así. Y la realidad sigue ahí, y la burbuja de clase media también. Seguros en nuestras colonias con policías que ganan Q2,500.00 al mes, recreándonos en Pradera u Oakland Mall, en lugares que parecen Estados Unidos. En restaurantes con nombres como Friday’s, Chili’s o Friend’s. En discotecas y clubes nocturnos elitistas, pero no puedo culpar a nadie, así es la sociedad y claro, todos tenemos derecho a recrearnos y disfrutar del dinero que nosotros o en la mayor parte de los casos en la U, nuestros padres tienen.

Pero hay esperanza, ayer por la noche una amiga, encendió esa chispa, no toda la gente vive en su burbuja, ayer ella fue voluntaria, fue a visitar esas comunidades destrozadas, fue a ver a la gente que lloraba, fue a escuchar sus historias, la señora que perdió su cocina, los niños que huyeron “con una mudada de ropa por la montaña al ver que creció el río”, y así mi amiga impactada y con ganas de ayudar, de que Guate cambie, de un futuro mejor. Y siempre termino con la pregunta, ¿y yo qué? ¿Qué voy a hacer?

Quiero salir y subirme a “la camioneta”, o autobús público, que no me dé “hueva” (pereza) caminar las cuatro cuadras a la parada. Quisiera ser más valiente, romper el molde y atreverme a más, quisiera predicar en las calles, ayudar a más gente, quisiera que en verdad estuviese dispuesto a dejar mis comodidades y vivir más sencillo, sin tantas bolas. Pero aquí estoy sentado en mi dormitorio con mi computadora portátil, en mi dormitorio, con mi cama, mi escritorio, mi ropero, mis libros, mis discos compactos, mi cámara, al lado un premio de excelencia académica, una copa que dice Hard Rock Minneapolis y un reno que dice Minnesota. Aquí estoy y recuerdo Minnesota, Dakota, recuerdo la comodidad de vivir en el país más industrializado del mundo, qué buena experiencia, qué buenos amigos, pero un semestre suficiente. Ahora, a luchar otra vez por ser valiente, por cumplir mi propósito, por ayudar a mi prójimo y por amar como Dios ama. Por luchar por una Guatemala más justa, más humana.

Siempre digo que voy a escribir y termino haciendo algo más, así que antes que lo olvide lo hago de nuevo. No me hago bolas, mejor escribo.